De las personas que nos han dejado este año -además de las queridas Forqué y Carrá- ha habido una pérdida que me ha producido especial tristeza. Una mente con la que compartí diagnóstico de muchas cosas antes de conocerle, y de la que me enriquecí después con otras tantas: Antonio Escohotado.
Entre las muchas reflexiones quisiera recordar, para finalizar el año, una de ellas como homenaje. Un pensamiento que me conmueve, por haberlo alcanzado sin él, y por observar en sus palabras el resumen idéntico, la definición perfecta de quien mira a un mismo problema: el matacurismo suicida. ¿Por qué no salimos de estas dos Españas, señor Escohotado, tenemos solución colectiva? le preguntaban. “Imposible. No con este matacurismo…” se lamentaba con la tristeza de quien ve tan transparente el problema, como cristalina la soledad del observador.
Así, Escohotado y yo, indagados interiormente sobre el verdadero problema de este país llamado España llegamos a la misma conclusión: la relación de la izquierda con la iglesia. En esta península de gente apasionada, identidades históricas, guerras civiles, modelos de estado, dictaduras, ideologías, escisiones, alizanzas, climas, regiones, comida, lengua y en definitiva muchos siglos de con-vivencia (o sin-vivencia) colectiva, Escohotado y yo miramos a la historia contemporánea de España y a la sociedad del S.XXI bajo una misma perspectiva: la mejorable y nada laica actitud de una mitad ideológica hacia la institución religiosa más relevante del país.
Ni el comunismo, ni el fascismo, ni la república en sí, ni la monarquía depuesta, marcaron los designios del siglo XX y desembocaron en una guerra civil que aún hoy dura, como lo hicieron las actitudes hacia la iglesia heredadas del S.XIX, desatadas durante la república y prolongadas en la actualidad con una virulencia e irreflexión inalterables.
Todo gira sobre un mismo eje: una errónea comprensión de lo que es el laicismo. Considera la izquierda que el laicismo es la ausencia de religión, la retirada del espacio público -y privado- de cualquier representación religiosa, cuando el laicismo es la construcción de un espacio colectivo donde cualquier creencia tenga la misma representación y respeto.
Un estado laico puede permitir la representación de todas las creencias en el espacio público (laicismo por adicción), o pedir a todas ellas que se abstengan de ocupar dicho espacio público (laicismo por sustracción) ante la imposibilidad de representarlas a todas, y por lo tanto cumplir con esa igualdad aspirada. Pero la motivación laica es el respeto y la igualdad. Es hallar la fórmula para que todas las expresiones se vean respetadas, la católica también.
En cambio, la izquierda invoca la palabra laicismo casi religiosamente -qué ironía- como quien pronuncia unas palabras mágico-totémicas que desatan tormentas, para justificar el camino hacia el “progreso” que elimine la religión de la sociedad en esa vieja aspiración comunista (y fascista) de crear un hombre nuevo. Así, el hombre del progreso (inciso, leer en los manifiestos de inspiración fascitas las referencias a la palabra progreso) se podía construir, hacer a medida. Era un molde nuevo de una campana que se podía volver a forjar sin influencias religiosas ni pensamientos espirituales, qué ingenuidad histórica. En cualquier caso, en ello seguimos, en considerar posible, factible y hasta deseable meter a la sociedad en esa horma con calzador.
Esta actitud permitió quemar a santos y altares en las eras de los pueblos, perseguir a curas y monjas, incautar, deteriorar e incluso llegar a destruir edificios religiosos a lo largo y ancho del país durante la segunda república. La versión actual consiste en interrumpir cultos a torso descubierto y seguir alimentando este rechazo carnívoro y carnal hacia la religión católica.
Pero, acercándonos al fondo de la cuestión, ¿acaso la iglesia católica no se ha excedido en su presencia en el espacio colectivo?, ¿acaso su falta de respeto a posiciones diferentes no merece un freno?, ¿acaso no practica la misma ignorancia y desprecio hacia el laicismo verdadero? Absolutamente sí. La iglesia y el sector conservador, que practica la misma ignorancia y oposición hacia el laicismo.
Y aquí viene la parte binaria de la cuestión. Porque la iglesia se ha excedido de manera agresiva, la respuesta deber ser más o menos similar: a la hoguera con ella. Matacurismo suicida y pensamiento binario. Nada excita más a un votante de izquierda que una mención a la iglesia. Cuando todo está perdido, cuando un gobierno se ha desgastado, cuando hay una crisis de liderazgo, cuando hay incluso confusión ideológica interna, cuando un mítin decae, cuando una conversación se acalora o enquista, mentar a la iglesia es bálsamo para sanar todas las diferencias y llegar a puntos de encuentro al instante. Es la sangre misma de la izquierda, el corazón más bombeante, el que ilumina los ojos, el que tensa las mandíbulas… Fuenteovejuna, el que nos une todos a una.
Fue el impulso más inmediato tras conseguir el fin de la monarquía. Ahora que tenemos una república, podemos por fin exterminar a la iglesia. (La república, otro concepto muy similar al laicismo, en esencia un marco de convivencia colectivo, donde caben todas las posiciones, y en la realidad un concepto comprendido por la izquierda como su exclusiva victoria, motivo principal por el que tampoco alcanzamos una república, porque la otra parte ni ve al laicismo ni a la república como una mesa a la que estar invitado).
La incomprensión del laicismo como una forma de respeto, como el elixir de la eterna convivencia, es el paradigma más claro de esta sociedad cainita. Resulta francamente desalentador pensar que los principios de liberté, egalité y fraternité que inspiran en teoría las reflexiones de izquierda sobre construir sociedades igualitarias no sean más que eso, teorizaciones lejanas de una sociedad que demuestra con su brutalidad no regirse bajo ninguno de estos principios.
Lo que acrecenta la incredulidad de los verdaderos laicos es comprobar que los esfuerzos realizados para eliminar pensamientos polarizadores no hayan llegado todavía a este punto del temario. Hoy en día se les llama formulaciones binarias a reconsiderar, y así, ha dejado de ser binario el género, ha dejado de ser binario el rendimiento escolar a través del suspenso o el aprobado, ha dejado de ser binaria la ropa, los juguetes, el concepto de éxito laboral, hasta la salud mental, pero no los ejes de la estructura política de este país. Cualquier tercera vía sobre temas estructurales es escorada y señalada, en el mejor de los casos como equidistante, en el peor de los casos como pertenecientes el bando contrario.
En efecto señor Escohotado, no es este país para construcciones respetuosas. Un matacurismo que nos mata colectivamente, un matacurismo suicida.
Leer más:
Laicismo / laico https://temerosi.com/…/empezando-desde-parvulitos…/
República / republicano https://temerosi.com/…/empezando-desde-parvulitos…/