Andan los tiempos abusando de dos palabras que reducen más que una faja de Scarlet O´Hara y, lejos de ser una moda, esconden una filosofía de vida facilonga y agresiva que empieza a ser hora de confrontar.

Así, blanqueamiento y negacionista se han convertido últimamente en las perfectas muletas que sostienen el peso de un cuerpo muerto de reflexiones más profundas o más argumentadas. Todo se ha llenado de negacionismo, la política, los telediarios, las tertulias, el bar, la escuela, y las cenas de navidad.

La acepción más habitual es la relacionada con la vacunación para la pandemia de covid-19, pero la realidad es que ese significado ha servido de trampolín moral para ampliar el “negacionismo” a toda postura discrepante. La banalización del término ha alcanzado tales extremos que he llegado a escuchar a una maestra llamar negacionista a un niño difícil.

Además en este mundo polarizado lleva tiempo exacerbada -que ya existía por supuesto- una reducción peligrosa: la del concepto en la persona. Tal posición sobre un tema determinado es calificado por sus detractores inicialmente como negacionismo, pero acto seguido como el grupo de “los negacionistas”. El predominio del “ista” frente al “ismo” ya da una primera pista de las intenciones agresivas, excluyentes y reductoras de sus usuarios. Porque iniciar una frase por “el negacionismo de algo”, siquiera exige una mínima descripción de ese algo. Mientras que iniciarla por “los negacionistas” permite con más facilidad fundir el argumento en las personas y reducir todo a una expresión de rechazos colectivos.

En política, española al menos, la izquierda ha pretendido incluir al sector conservador en el término “negacionista” como forma de deslegitimar sus posiciones. En esa confusión mental propia del actual ejecutivo y sus votantes, un gobierno empeñado en negar la información sobre las cifras de fallecidos durante la pandemia o la composición del comité científico que regía los designios del país, pretendió convencer al público que era la oposición la que tenía actitudes negacionistas. (Es más, el presidente del gobierno básicamente resume sus intervenciones parlamentarias en llamar negativos a la oposición).

Sin embargo, pese a que denunciar el negacionismo es una posición muy extendida, no es exclusiva de la izquierda. Así, se cataloga a los “negacionistas” de las vacunas, de la violencia de género, de la dictadura, del holocausto, pero también en el otro lado se acusa del negacionismo de las atrocidades comunistas de Rusia, China y compañía, o del negacionismo de las barbaridades del Frente Popular, o del nagacionismo de la opresión del velo islámico, y un sin fin de etcéteras de una sociedad que ha dado por bueno colocar el san benito de una palabra fea y atroz que le aporte un sello de legitimidad moral más fácil, inmediato y falso que un test de antígenos de covid-19.

En paralelo a esta catalogación tan rápida y simplona que aborda cualquier debate desde una premisa “binaria” entre los ¿negados? y sus alternativos ¿positivistas?, ¿positivos? (mejor “positivados”, tan binarios como un negativo de fotografía)- ha emergido otro término con las mismas intenciones, establecer a priori una condena masiva y destructora del matiz: el “blanqueamiento”.

El blanqueamiento aflora cuando alguien aporta un argumento desviado entre dos opciones. Las reflexiones tendentes a la comprensión de causas y detalles de los temas más variopintos resultan inmediatamente excluidas por la gran cantidad de inquisidores del blanqueamiento que, cual persecución de la herejía, levantan la biblia de su ideología para impedir que nadie blanquee la oposición a sus dogmas.

De nuevo, el término no es exclusivo de una corriente política. Se persigue el blanqueamiento del franquismo como se persigue el blanqueamiento del comunismo, el blanqueamiento de la violencia de género, o el blanqueamiento de las violaciones grupales perpetradas por inmigrantes. Porque no se trata de debatir los detalles, sino de echar el freno de mano a debate alguno, de advertir a tu interlocutor que sus argumentos, contrarios a los tuyos, están cayendo en el blanqueamiento de un fondo necesariamente más oscuro.

Negacionismo y blanqueamiento son formulaciones excluyentes a priori. Para empezar mi posición ocupa una superioridad moral y luego ya hablaremos si procede. Que no suele proceder. Y ahí radica el peligro de esta moda: ser algo más que una moda.

Lleva el SXXI cocinando a fuego lento el “fofinhismo”, la ideología de las emociones, la Emo-cracia o cualquiera de los términos con los que sus observadores alertamos sobre el verdadero régimen mental que nos domina. Este movimiento, que divide a la gente entre la “well balanced people” y los “bad emotionated guys” para renunciar a debates de fondo sobre las cosas y a la argumentación razonada, lleva tiempo reduciendo el mundo a actitudes emocionalmente correctas o no, y ahora ha encontrado en el “negacionismo” y el “blanqueamiento” las últimas herramientas simplificadoras para seguir haciéndolo.

Negacionista, negación y emociones negativas, emergen como un todo para crear mundos imaginarios a la altura de literaturas infantiles, donde, brocha en mano, orcos de David el Gnomo o el Señor de los anillos (según la generación), blanquean sus miserias oscuras y dañinas.

Pero estos simplificadores de la razón, deben ser expuestos a su mismo espejo. Su reducción de la realidad y del mundo a esta filosofía simple les muestra como verdaderos blanqueadores, maquilladores de un vacío racional, que ocultan con brillos y dentífricos caros la cara lavada de su escasez argumentativa. Son blanqueadores de la emoción que niegan la oportunidad de debatir, el beneficio de la duda, la crítica argumentada y el debate respetuoso. Su actitud es la que constituye auténticas negacionadas, ejercicios de rechazo fácil y cómodo.

Ya es hora de que «negacionismo» y «blanqueamiento» den paso a exponer a los «blanqueadores» y sus «negacionadas».

Temas relacionados: El fofinhismo, la ideología del S. XXI https://bit.ly/3fflUw5

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