Gane quien gane, ahora serán unos ignorantes

Escucho a las cinco de la mañana a un comentarista de las elecciones estadounidenses manifestar su asombro por la tendencia del resultado. “No comprendo cómo en una sociedad de las más informadas del mundo sus votantes puedan ser tan ¡ignorantes!” Este comentarista, pro Biden no cabía en sí de contrariedad, y hacía una pausa para tomar aliento en el “tan…” para expeler con todo un silabeo catártico y enfurecido la palabra “ignorantes”.
Habiendo nacido y crecido en la era política de la progresía conozco bien esta reacción que atribuye las victorias propias al avance de la sociedad y al avance de la ignorancia las ajenas.. Para la progresía, el mismo pueblo que un día se convence de las virtudes del “progreso” que ellos proponen cuando les otorgan los votos, es una turba de ignorantes necesitados de mejorar su educación y formación cuando se los retiran. Si gana la progresía, gana la democracia, si ganan los denominados conservadores (o pero aún, liberales) gana el populismo, las tinieblas y la falta de educación.


En muchas ocasiones de mi vida he intentado explicar -sin éxito- a varios autodenominados progresistas lo que yo defino como “la grandeza antropológica de aceptar las decisiones contrarias”. Pero digo sin éxito porque su refinada educación me da continuas muestras de no entenderlo (no ya de compartirlo, sino siquiera de entenderlo).

Por eso, cuando Pedro Sanchez ganó por segunda vez en mi país yo atribuí a sus votantes un deseo de respaldar muchas cosas: En primer lugar respaldar el comercio con los comerciantes catalanes, que intercambian blufs de independencia por diferencias presupuestarias, diferencias fiscales, diferencias de servicos, educativas…diferencias entre ciudadanos en resumen. En segundo lugar, la voluntad de respaldar un estado federal de facto profundamente asimétrico, la tuerca más pasada de rosca posible del desequilibrio ya creado en la Constitución del 78. Tambien les atribuí la voluntad de ser gobernados por un maquiavelo macabro que ya había dado muestras de su manoseo de los valores clásicos, de la coherencia mínima exigible para quien dice una cosa y su contraria en veinticuatro horas. Entendí que no les resultaba trascendente un tiranillo de tres al cuarto que declaraba secretos de estado sus viajes con fondos públicos para acudir a un concierto en el levante o a la boda de un cuñado en la Rioja. Ni su tesis, ni sus incoherencias, ni el mensaje internacional que asumía la necesidad de un relator para tratar los derechos humanos como si España fuese Sudán del Sur, ni el manoseo en la television pública, ni la ocultación de la sentencia de los ERE hasta después de las elecciones…. Ni nada de todo eso les resultaba transcendente para retirarle el apoyo a este tiranillo de cuatro caminos.
Pero mi estupefacción concluía siempre en una reflexión, coloquialmente expresada en “a sus votantes les va la marcha”. O dicho de otro modo, hay una convicción maquiavélica consciente y tranquila con estas formas. Este autoritarismo chuleta de asumir con descaro las incoherencias y las falsedades de quien predica ser representante del pro-gre-so es simplemente la convicción de que el progreso pasa por asimilar a un maquiavelo tarado de esas características.

Pero no era “ignorante” la palabra que yo reservaba para sus votantes. Al contrario, tremendamente conscientes y convencidos de un modelo de ser y de actuar en política, de un modelo de país, de un modelo de gestión, y finalmente de un modelo de liderazgo. Conscientes hasta el tuétano. Era mi tarea asimilar a la mayoría de mis conciudadanos, sin renunciar a la crítica, pero mirando de frente y reconociendo la victoria de su escala de valores. La tristeza que supone asimilar que el progreso pasa para muchos por tolerar a un tirano así tiene unas dimensiones profundas, hondas y desoladoras.

Sin embargo, criticar y rebatir una escala de valores es una posición muy distinta a resumir en “ignorantes” al que piensa y vota diferente. Es una tarea pendiente de la autodenominada para acercarse a ser la verdadera. Por autodenominada me refiero a la izquierda o la progresía, porque el verdadero progreso sólo pasa por la comprensión de por qué suceden las cosas, no por la descalificación fácil y rápida de lo incomprendido. La verdadera izquierda se basa en la promoción de un respeto a los resultados de votantes y ciudadanos, y en todo caso en técnicas de persuasión argumentativa, no de descalificación emocional burda, hiriente y ramplona.

Diríase que es hasta una posición filosófica en la vida, allá donde el homo sapiens se saPe diferente a su macaco hermano, y lo asimila con curiosidad… con respeto… o con rechazo. Ahora que la izquierda se ha vuelto tan emocional y fofinha en las formas le falta también una reflexión sobre esta posición filosófica ante la vida y los votantes de otras opciones.

Los votantes del señor Trump por doble ocasión consecutiva, venzan o no las elecciones, serán la mitad de la población, como los de Sánchez, y nos hablan de sus preferencias económicas, de otra política exterior… de opciones que la educada izquierda debería rebatir…pero respetar…

…al fin y al cabo, para respetarse a si misma.

CAPÍTULO I | Democracia-Democrático

La democracia es la aceptación de una decisión mayoritaria por un periodo (muy) limitado en el tiempo.

O dicho de otra manera, la posibilidad de votar a un malnacido, ególatra, hijo de puta, chorizo, mentiroso, y de cambiarlo en cuatro años.

Son las reglas del juego, el manual de instrucciones del monopoli. Y son solo dos: aceptar lo que vota un conjunto de personas y poder revocar esa decisión en un breve espacio temporal.

Quien dice revocar, dice mantener, refrendar. La clave está en someter esa decisión a una votación, aceptar el resultado, y tener la oportunidad de volverlo a votar en breve.

Esa decisión puede tener cualquier naturaleza, se puede votar un jefe de gobierno, una Constitución, la legalización de las drogas o la penalización del aborto.

Cualquier decisión es legítimamente democrática mientras tenga una fecha de caducidad y responda a la elección de una mayoría simple. Si no se somete a consulta en un tiempo razonable empieza a perder legitimidad democrática. Si en vez de mayoría simple, tiene mayoría cualificada, obviamente tendrá también mayor soporte democrático.

Lo determinante es comprender que, cumplidos estos parámetros, el contenido es irrelevante. Ninguna decisión es más democrática por su naturaleza. Es tan democrático un país que vota la pena de muerte, como el que vota el matrimonio homosexual.

Hitler obtuvo un amplio respaldo de los alemanes en las elecciones de julio de 1933. Y apesar de que el referendum que ampliaba su poder a finales de ese mismo año lo validaron 40 millones de votos, lo que separó a Hitler de ser un político democrático de uno totalitario fue impedir en un momento dado que las urnas le ratificaran o apartaran del poder.

Algunos países de ideología comunista, por ejemplo. contemplaban en su nombre la palabra democracia, sin permitir la elección periódica de otras alternativas, como lo hacía la República Democrática Alemana.

Sin embargo, en los países donde los partidos políticos, por muy antagónicos que sean, se someten a elecciones periódicamente, todos son democráticos, aunque resulte hasta incómodo tener que recordarlo. Por muy tentador que sea, el adjetivo democrático no puede ser empleado para descalificar ideas de oponentes políticos. Un país puede ser más libre si su abanico de derechos civiles es más amplio, pero eso no implica que sea más democrático.

No es más democrático permitir que la gente acuda a las

corridas de toros o prohibirlas, dar educación religiosa en las escuelas o no. Lo que para uno es tener la posibilidad de recibir enseñanzas religiosas, para otro es tener la obligación de cumplir un currículum académico no exigible. Ninguna de las dos opciones es más democrática. Lo único democrático en ese y otros muchos temas es preguntar a la sociedad cuál de los dos modelos quiere, y aplicar la decisión mayoritaria.

Por eso, cuando se califica a tal o cual partido de antidemocrático, o se pregona el fin de la democracia con tal o cual medida, lo que se está haciendo es excluir a los otros jugadores del monopoli. Se les acusa de no cumplir el manual de instrucciones. Se les llama tramposos antes de que hagan la trampa. Y así no se puede jugar. Y no es un problema menor. Cuando un jugador pretende quedarse sólo en la legitimidad del juego se convierte en el mismo dragón escupefuego contra el que pretende luchar. Lo más difícil y noble de la democracia no es defenderla de aquellos monstruos marinos que pretenden engullirla, sino asumir el resultado de la mayoría, por doloroso que sea, o asumir la legitimidad de cualquier propuesta que se someta a votación y admita ser revocada en una nueva consulta.

Por supuesto que hay decisiones que pueden afectar de una manera muy agresiva e injusta a las personas. Pero democracia no es lo mismo que justicia. Es normal considerar que tal o cual política es más justa que su contraria. Y que si gana tal propuesta tendremos una sociedad muy injusta. Sí.

Ocurre con mucha frecuencia y da mucha rabia. La sociedad será mucho más injusta, pero no menos democrática. Las opiniones políticas existen por alguna razón, y normalmente tienen que ver con deseos de justicia interpretados de muy diversas maneras. Defender unos elevados impuestos puede responder a un deseo de redistribución más justa para unos, y suponer una aportación desigual y arbitraria, y por ende más injusta, para otros. Nada de eso es más o menos democrático.

No hay una normativa más o menos menos democrática. Tampoco una Constitución es más democrática que otra. Excepto si ha sido votada hace poco, por tener una legitimidad más reciente, si prevé ser ratificada en un periodo razonable, o si ha obtenido un porcentaje más elevado de síes que de noes que otra Carta Magna. La constitución más dictatorial, con menos separación de poderes, con menos derechos civiles, con más legitimación de la represión, etcétera, etcétera, será tan democrática como la que más si la termina votando la población y tiene su ratificación marcada en el calendario. Igualmente, la Constitución más liberal, la mayor innovación en libertades y derechos, el más idolatrado texto de una transición política, perderá su legitimidad democrática cuanto más pase el tiempo sin someterse de nuevo a votación.

La democracia tiene muchas formulaciones. El manual de instrucciones del monopoli es simple, mayoría refrendada en el tiempo, pero a partir de ahí los detalles pueden hacerla

parecer complicada. La democracia puede ser directa (a través de referéndums normalmente) o representativa (mediante la elección de parlamentarios o cualquier otra forma de representantes).

Pero, para cumplir con precisión y justicia el mandato de la mayoría, la traducción de esta voluntad popular en representantes no puede ser más que directa y estrictamente proporcional. Cualquier otra formulación significa dar un valor diferente a los votos de cada persona. Significa adulterar y ocultar el verdadero resultado de la mayoría. Por muchas llagas que levante, cuando un hombre no vale un voto, ahí sí, se puede decir que lo ocurrido no es el ejercicio de la democracia. Un Parlamento, una cámara de representantes sin traducción directamente proporcional del número de votos en diputados será una cámara muy fraternal, comprensiva con minorías, apaciguadora de conflictos sociales, pero no será una cámara democrática. Sin paliativos.

La historia está llena de sufragios censitarios y cámaras de representantes… No es este momento para profundizar en el origen griego del concepto, ni en tantas tentaciones –generalmente relacionadas con problemas identitarios- de calificar a determinadas sociedades de la historia como más democráticas que otras. La democracia moderna está directamente relacionada con el sufragio universal, por supuesto incluido el femenino, y sólo una matemática inflexible convierte en legítima la democracia representativa.

Para finalizar, las decisiones de las mayorías pueden ser una auténtica trituradora de modelos de vida, eso no las transforma en menos democráticas. Una mayoría de población urbana puede destrozar la vida en el campo votando medidas que perjudiquen o ignoren el desarrollo rural. Una mayoría sana puede olvidar gastarse el dinero en investigación de enfermedades raras de una minoría. Una mayoría atea puede impedir el culto religioso de una minoría religiosa, o una mayoría creyente puede forzar a la educación religiosa a una minoría atea. Una mayoría puede imponer un sistema centralizado a una minoría que anhela autogobierno, y una mayoría puede imponer un sistema federal a una minoría que no lo desea… El problema de la democracia consiste en cerrar el círculo. ¿Quiénes están dispuestos a participar en la votación? ¿Cuál es el censo? Porque, una vez dentro de la circunferencia de los que vamos a votar, no queda otra opción que aceptar el resultado. No se puede estar dentro y fuera de una circunferencia. Pero se entiende que los que están dentro lo están por voluntad propia. Y, aunque parezca un juego de parvulitos, ese corro de la patata es muy particular.

El verdadero demócrata tiene ambas manos presas, agarradas por sus compañeros de corro. Y gira y canta sin parar donde le lleve la rueda …

Introducción

Empezar desde parvulitos es una expresión de tamaña soberbia que escuché a una persona capaz de cometer casi todos los errores considerados en este diccionario. Lo hacía por supuesto en referencia a terceros, de actitudes y opiniones dispares a la suya, y para quienes reclamaba una profunda revisión -desde parvulitos- del encaje mental que les llevaba a mantener sus posiciones.

Este breve diccionario tiene un contexto muy marcado. Acabamos de cumplir dos décadas del S.XXI en un escenario político condicionado por dos fuertes tendencias: La primera el deseo de desvinculación del siglo anterior, de invalidación de todas las ideologías consideradas antiguas. Y la segunda, la simplificación del argumentario y la entrada con fuerza del ámbito emocional, en ocasiones como una ideología per se, y casi siempre como batuta de una orquesta política de opereta italiana.

Sin embargo, las herramientas empleadas para esas dos tendencias no podrían ser más opuestas a ellas. Palabras. Palabras del siglo pasado, de alto contenido racional y argumentativo, empleadas en esta cavalleria rusticana de emociones que pretende desacreditar al contrario.

Sería patético afirmar que este siglo camina por la peligrosa senda del único intento de imponerse sobre el otro, o de ganar la batalla moral, como si los demás no lo hubieran sido.

Pero lo hace utilizando palabras -generalmente adjetivos- que significan muchas cosas, pero que se emplean con el único propósito de excluir o de imponerse.

Así, no es extraño por ejemplo ver a un partido afirmar ser el único democrático-constitucional-laico capaz de frenar el auge del fascismo en unas elecciones. O partidos que se autodenominan constitucionales-constitucionalistas, como si los demás no quisieran regirse por normas, aunque no las vigentes… Comunista, capitalista, liberal, progresista…

Todas ellas palabras del S.XX. de profundos contenidos y significados. El presente diccionario no pretende recogerlos todos. Al contrario, pretende proponer lo que en matemática se denomina un “común denominador”, un término que también tiene su origen y que es el único que permite la relación de las fracciones…

Las palabras propuestas en este breve diccionario tienen una trayectoria histórica y casi todas un amplio espectro de atribuciones, bien fruto de esa historia, bien consecuencia de sesudos debates ideológicos, o de ambas. Su exposición detallada sería objeto de otro diccionario -quizás no tanto de parvulitos, y más de primaria- que requeriría profundizar en los siglos XIX y XX, y que probablemente atrajese poco a este consumo rápido, fast food, de la política.

Pero este masticar de conceptos del S.XX, que pretende crear una nueva era con un vocabulario viejo, dado la vuelta como un calcetín, bien colado de argumentos y muy aderezado de emociones, camina a enfrentamientos apasionados… de cuyo nombre -este en caso concreto- no quiero acordarme.