Feminismo de lavanda y rosas
A ver si lo entiendo, ¿el problema para la autodeterminación de género son las políticas de discriminación positiva? Florece la primavera y con ella una rencilla de herbáceas que al parecer compiten en belleza y legitimidad en la pradera: el feminismo de la lavanda y el feminismo de las rosas.
Yo crecí pensando que el feminismo era sólo feminismo y, aunque sabía que siempre tuvo corrientes, me resistía a entrar en el debate interno de un movimiento que ya no es un suelo fértil y abonado donde todo puede crecer, sino una selva salvaje de plantas que compiten, se envenenan, engullen, parasitan y se tapan unas a otras la luz del sol.
El enfrentamiento en el seno del gobierno entre la corriente de la lavanda y la de la rosa ha puesto de manifiesto algunas contradicciones no menores. Pero, yendo más a lo concreto, creo haber entendido que la polémica radica en la autodeterminación de género, o la posibilidad de que cualquier persona exija al colectivo ser tratada con el género que se le antoje. Por especificar más, que cualquier persona pueda declararse una mujer. Que pueda declararse un hombre o un ser no binario -o no sé qué más combinaciones- que contempla la autodeterminación de género en toda su concepción no parece ser el quid de la cuestión.
¿Qué es una mujer? se increpan la corriente de la rosa y la de la lavanda para dirimir el trono de la cruzada feminista. Y así, creo haber entendido que, para la lavanda, una mujer es cualquiera que decida serlo. Una reflexión acorde con la autodeterminación de género y una lucha fundamentalmente inspirada en los derechos de las tra-¿vestis?. Ya me pierdo un poco, quizás el término correcto es transexual”… Resumiendo, “mujeres con pene”, advirtió la portavoz de la lavanda.
El caso es que la rosa no puede tolerar que las “mujeres con pene” sean mujeres. Y la pregunta del millón es ¿por qué? Queriendo entender a esta canina (Rosa canina, denominación latina), la respuesta quizás esté en que las mujeres han luchado demasiado para que ahora cualquiera venga a ocupar su puesto…o sus…¿derechos? ¿No desean acaso que las mujeres con pene tengan acceso a los cupos en puestos laborales, en plazas universitarias, en reducciones fiscales, en reducción de delitos, y en ese largo etcétera que ha venido a llamarse medidas de discriminación positiva? ¿A qué se puede deber si no este alejamiento de las mujeres con pene y esa negación al derecho de cualquiera de autoconcebirse como el género más bendecido del universo?
Siendo generosos con la reflexión de las rosas, las medidas de discriminación positiva estaban pensadas para suplir desventajas a priori y por lo tanto, un ser humano con pene no nace con esas desventajas a priori, motivo por el que no debe ser ayudado, o tener el mismo derecho de ayuda…
En contraposición, la lavanda alegaría -siempre según mi confundido entender- que las “mujeres con pene” sufren las mismas discriminaciones que las mujeres sin él y por ello son igualmente merecedoras de las mismas políticas que las avaginadas…
No obstante cabe una pregunta al feminismo lavanda ¿una mujer con pene sufre la misma discriminación a priori que una avaginada por ser una mujer… o por parecer una mujer? No es una reflexión menor. Un hombre, “vestido de” hombre no sufre la misma discriminación que una mujer aunque haya decidido que en su carné de identidad ponga Loreta. ¿La autodeterminación de género en las mujeres con pene debe ir acompañada de parecer una mujer para que la sociedad te discrimine a priori y sea legítimo que tengas acceso a las políticas de discriminación positiva? (Ojo porque si así fuera, «parecer una mujer» nos enfrascaría en un debate muchísimo más conservador…)
Abocados a esta diatriba la pregunta resulta obvia: ¿en ausencia de políticas de discriminación positiva, si todos tuviéramos las mismas leyes, daría igual lo que cada quien tuviera en la entrepierna y lo que cada quien se considerase?
En algún brote de esta pradera de flores cainitas alguien se ha debido hacer la misma pregunta pero, en lugar de reconocerlo, la ha orientado al revés: ¿en ausencia de género podríamos todos aspirar a la igualdad (incluida la legal)? Algunos se han contestado que sí en este jardín, y por eso andan promoviendo la desgenerización de todos los seres. ¡Antes que igualar las leyes igualemos los géneros! Desgenerización de ropas, de cortes de pelo, de nombres y hasta de relaciones sexuales. Así que ahora, además de las mujeres con pene y las mujeres sin pene, han surgido los desgenerados, que buscan la igualdad bajo el mismo impulso que critica las leyes de discriminación positiva. Estos últimos se han enfrascado en la construcción de su “hombre nuevo” de una manera que merece una pausa.
El término “hombre nuevo” está elegido a propósito por si algún lector que no haya abandonado a estas alturas esta reflexión sufre alguna reminiscencia peligrosa. Si la primera mitad del S.XX asistió a las concepciones políticas que buscaban construir los hombres nuevos (fascismo y comunismo) en base al cientificismo social de los siglos anteriores, el S.XXI arranca con el mismo impulso: la necesidad de que los seres se adapten y moldeen a las nuevas teorías.
Como en las gestiones lingüísticas, la legislación tiene que ir siempre por detrás de la sociedad, pero nunca faltan los que necesitan que la sociedad se ponga patas arriba para que quepa en sus concepciones previas. Y así, de manera callada e invisible, asistimos al nuevo racismo del S.XXI, ese que necesita que el ser humano sea no binario. El nazismo quiso que el ser humano se deshiciese de sus diferencias genéticas; el comunismo que se deshiciese de sus impulsos de libertad y creatividad, y ahora toca despojarlo de su género, de su sexo o de los dos.
Pero al final de todo, con defensores de la no binariedad o defensores de la binariedad variable con pene o sin él, la pregunta se mantiene ¿queremos una sociedad de diferentes personas con las mismas leyes? ¿o una sociedad de diferentes leyes con personas igualadas?
Para el feminismo de la lavanda y de la rosa, mi feminismo, el de la no discriminación positiva, el de las mismas leyes con diferentes personas, debe ser un feminismo de mierda. Tienen tan interiorizada la legitimidad de las políticas de discriminación positiva que hace años que decidieron que el que no las defendiera no podía considerarse feminista. Pero, aunque lo consideren de mierda, y continuando con el símil de la primavera, yo prefiero llamarlo feminismo de tierra mojada, aquel que permite el crecimiento de todos los seres. Así era el feminismo cuando yo nací: aspiraba a la igualdad de derechos legales. Leyes de igualdad para heredar, emanciparse, educarse, divorciarse, ¡votar! y un nutrido etcétera de ese amplio suelo fértil donde todo era posible antes de que quisieran que fuéramos iguales haciéndonos leyes diferentes.