Anda el país revolucionado porque el delito de sedición estire o encoja unos cuantos años de acolchadas prisiones con luz eléctrica y, quiero creer, inodoros. La situación no deja de ser sonrojante si uno mira a la historia con cariño. Ese cariño que emana de mucho mirarla, de despojarse de juicios rápidos contemporáneos, y observar a la humanidad con perspectiva.
¿Cómo ha castigado la humanidad a la sedición? El encarcelamiento de cuatro, cinco, ocho o quince años es una broma comparado con las frias mazmorras, la horca, un ritual del harakiri, empalamientos, abandonos en ultramar, etcétera, que han inspirado a nuestros antecesores a lo largo de miles de años.
Sin embargo, pena la oposición porque la sedición reduzca los años en cárceles del S.XX; goza el Gobierno creyéndose una suerte de abanderado de libertades políticas (en el mejor de los casos, si los que todavía no se han ido tuvieran algún tipo de conciencia o ideales políticos); y frótase las manos la troupe sediciosa pensando hallar en la nueva legislación el éxtasis de su hoja de ruta.
Los siglos de historia les contemplan a todos con estupor.
Siempre he pensado que el “problema” catalán tiene verdaderos retos que en nada se acercan a este patio de recreo que han montado a santo de la ley de sedición. El Procés fue tan broma como el procés judicial posterior. El anhelo de independencia fue tan falso como flojo el castigo.
Caramba, si uno quiere independizarse tira al gobernador por el balcón. Monta una frontera y una empalizada, emite salvoconductos, crea una moneda, un ejército, por supuesto llama a filas hasta a la abuela en taca taca, emite nuevos impuestos, y lo más importante: devuelve la cabeza del emisario negociador separada del cuerpo para recalcar que esa independencia que tanto anhela es absolutamente innegociable. Entiéndase el sarcasmo, pero Catalunya no desea la independencia, sólo negociar con ella.
En paralelo, el segundo actor de este problema, llamado Partido Socialista también erra su medida. Si de verdad desea abanderar las libertades políticas y dar lecciones al mundo de progreso democrático, sus acciones debieran estar encaminadas a la democracia directa sobre el asunto. No a permitirla, sino a promoverla: democracia directa en tres referéndums a la par ( https://bit.ly/3tdWmrv ), sobre el modelo de Estado, sobre el deseo de “el resto de España” de tener a Catalunya en su Estado, y sobre el deseo de Catalunya de permanecer en el “resto”. Igualmente, abanderar el progreso y la igualdad no puede ir de la mano de un desigual valor del voto de los ciudadanos. Permitir la continuidad de un sistema donde una comunidad sobrerrepresentada puede chantajear al resto en base a esa sobrerrepresentación no es ser progresista. Es ser medieval. Es un sistema medieval de poder por territorio anterior a la era de “un hombre un voto”.
Y finalmente la escandalizada oposición tiene medidas mucho más drásticas y coherentes que emprender que poner el grito en el cielo por unos años de prisión. El verdadero escándalo de este chantaje con base en una injusta ley electoral sólo tiene una salida: que la oposición se niegue a participar en las elecciones hasta que no se cambie la ley electoral. Que Europa y el mundo entero sepa que España no tendrá elecciones porque la oposición no se presenta. Hay que plantarse. Es el momento de decisiones drásticas. De cambio de sistema, no de pataletas parlamentarias de recreo por los años de la ley de sedición. El chantaje basado en la sobrerrepresentación antidemocrática debe llegar a su fin. Y el referendum sobre el modelo de Estado es el siguiente paso.
Todo lo demás hace sonrojar al progreso, a la democracia y a la historia.