Hace poco escuché una teoría deportiva que equiparaba a un equipo de fútbol con una manta: si tirabas de la manta para calentar el ataque, enfriabas la defensa. Y viceversa, una defensa bien cubierta destapaba las necesidades ofensivas. Igual parece haberle sucedido a la legislación del «sí es sí» que trae de cabeza al país en los últimos tiempos. Pero no perdamos el foco: que está en los pies.
La susodicha legislación, que pretendía aumentar la protección a las mujeres de los excesos de nuestra era, se ideó con la intención de ampliar la manta por abajo. Ampliar la posibilidad de considerar un delito acciones que hasta entonces no eran imputables. Esa es la naturaleza del «sí es sí», cuyo título ya indicaba un necesario y explícito consentimiento para tener relaciones sexuales, dejando en territorio comanche del delito cualquier contacto o relación no explícita.
Y así, poco a poco, la sociedad se ha ido familiarizando con el espíritu de esta ley del sí de las niñas, que llama acoso y abuso a acciones de muy diversa naturaleza que antes no encajaban en estas definiciones.
El objetivo no era rebajar las penas a los autores de las agresiones físicas más bárbaras, el objetivo era ampliar el concepto de la palabra abuso, para castigar por abajo a los autores de acciones menores que con legislaciones anteriores -entiende el gobierno- hubieran escapado al peso de la ley.
Pero por alguna extraña razón, los formuladores del sí de las niñas han planteado la legislación como la manta de nuestro equipo de fútbol, descuidando el castigo a las penas más altas para ampliar el abanico de las más bajas.
El escándalo y el error está servido, ahora sí, por estos mantas del gobierno.
Recuerdo hace unos pocos años, cuando empezó la era de la inquisición feminista en nuestro país, allá por el inicio de la legislatura vigente, que los votantes del gobierno se lanzaron a la campaña del «¿eres feminista?» como juventudes castristas al amanecer de un nuevo sol. (Uy, perdón, el símil cara al sol creo que es de otros). Y así, para justificar el respaldo a un loco que ya había dado signos de locura, el feminismo vino a sanar las heridas de la conciencia de sus votantes. Aquellas gentes acababan de poner en la papeleta de las urnas la condena colectiva a los designios de un mentiroso que ya había probado sobradamente su maquiavelismo, su locura, cambio de criterio y ausencia total de ideales.
Pero el feminismo rescató a esas conciencias (vamos a creer que atormentadas en su fuero interno). Y de pronto había unos enemigos de las mujeres que auguraban para ellas años de oscuridad, cuya derrota resultaba imperiosamente necesaria en las urnas y justificaba el auge de cualquier maquiavelo como el que acababa de ganar.
Nerviosos en la construcción de su nuevo amanecer, de su nueva sociedad cincelada a golpes de ingeniería social, mientras la ley del sí es sí escribía sus primeros párrafos en los despachos, aquellos votantes se lanzaron como pioneros de una revolución caribeña a la encuesta global que recorrió el país «¿eres feminista?».
La pregunta llevaba implícita la justificación de su pecado: porque si lo eres no has tenido más remedio que votar a este tarado, como yo.
Recuerdo haber contestado siempre con el mismo cuestionamiento a mis inquisidores. Si tan feminista eres, no veo por qué no votas al partido que contempla las penas más altas para violadores y agresores de las mujeres… Nunca obtuve respuesta.
Pero la realidad se impone siempre. Antes o después. Y ahora la pregunta que yo hacía entonces vuelve en forma de esta manta torpe con una legislación que no sólo no aumenta, sino que rebaja las penas.
Mi preocupación, sin embargo, se mantiene constante con el espíritu inquisitorial que estos legisladores han traído al país. El lenguaje debe avanzar siempre con la sociedad, no la sociedad detrás del lenguaje. Y socialmente las palabras abuso y acoso han estado destinadas siempre a casos muy graves.
La nueva legislación ha conseguido escuchar a personas llamar «abuso», «acoso», «abusadores» y «acosadores» a los autores de un amplio abanico de acciones. Cualquiera ha sido «abusado» o «acosado», en cualquier momento, por cualquier acción, que pasa a necesitar mirarse con lupa en la parte baja de la manta para dirimir si el exceso ha sido tal… o si se trata de un exceso de interpretación de la legislación. El «abuso» de la ley está servido por los pies.
PS: a largo plazo auguro un efecto aún más nocivo, el descrédito y la desconfianza hacia la gravedad de los delitos más feroces