Siempre me ha llamado la atención que el 2 de mayo sea el día de Madrid. La celebración de la resistencia a la invasión napoleónica es algo que hace colisionar dos identidades que siento a partes iguales: la madrileña y la de mis afrancesadas ideas. Profeso igual pasión por una ciudad que he aprendido a querer como ninguna (con permiso de Lisboa), que por las ilustradas estructuras que ojalá hubieran impuesto los gabachos, quién sabe si trayendo a esta península una república laica como la suya.
¿Pero, qué celebran los madrileños realmente? ¿Se preguntan quizás sobre lo que perdimos con la partida gala, o tienen una genuina necesidad de recordar la amenaza de una invasión extranjera, o tal vez de disipar la posibilidad de que fuerzas romanizadoras acaben con la castiza identidad de la tierra de Viriato?
¿Por qué permanecen unos eventos sobre otros en la memoria colectiva? ¿Qué nos hace celebrar el 2 de mayo y no otras fechas históricas? Opciones hay de variada índole. Políticamente se podría celebrar, desde la llegada, hasta la partida de la influencia musulmana; desde la unificación de territorios medievales, hasta la firma de los fueros que los desunen; desde la proclamación de una primera república, hasta la restauración de una monarquía… Fechas hay para aburrir. Y no sólo políticas. Nos podría dar por celebrar aniversarios culturales, como el nacimiento de pintores, de arquitectos… podríamos festejar la última piedra de la construcción de obras insignia del patrimonio nacional, o el día de un periodo como el siglo de oro, o las innovaciones de Carlos III… Podríamos celebrar a nuestros científicos, inventores, viajeros, médicos… incluso patrimonio geográficos: el día de la sierra de Gredos, por ejemplo…
¿Qué elegimos cómo símbolo de nuestra identidad? Es evidente que la tendencia generalizada está relacionada con movimientos políticos de independencia (yo conozco la de Madrid -2 de mayo-, la de Portugal -1 de diciembre-, he asistido también a la fiesta mexicana del 15 de septiembre…) pero ¿por qué triunfan estas fechas sobre otras?
La respuesta es simple: la fuerza de recordar lo que pudimos perder. O, dicho de una manera más directa: el miedo. Aquello que convierte a unas fechas en caducables como yogures y a otras en conservables como sardinas es un misterio raro que pocas veces infunde reflexión, pero que, cuando la suscita, aboca siempre a este primigenio sentimiento. En este caso, el miedo a la pérdida de identidad a través de la pérdida de la estructura política, el miedo a la pérdida de una lengua…
“Si los franceses se hubieran quedado ahora seríamos todos franceses”. Esa es la verdadera respuesta si tiras del hilo de una reflexión a cualquier ciudadano de a pie. Los que tenemos la suerte de entender la identidad cultural como algo superior y muchísimo más duradero que la entidad política no tenemos estos temores. No nos dan estos sudores. Pero no es el sentir general. Al contrario que muchos, yo no temo a los grandes imperios, cuando se van suelen dejar estructuras aprovechables que me infunden gratitud (más que exigencia de disculpa). Y no hay imperio que mil años dure. Ni el romano, con sus muchas aportaciones, logró hacer de la península ibérica un borrón y cuenta nueva completo. Ni su sustitución visigoda eliminó las estructuras romanas anteriores, ni la llegada y partida musulmana fue tan invasiva o tan inocua… La historia suma y sigue. Pero hoy toca hablar del 23F.
El 23F es una fecha sardina. Como lo son todas las sardinas en conserva que celebramos en España: el 6 de diciembre, el 12 de octubre, el 23F… y hasta el 14 de abril. Son fechas del miedo. Fechas del temor, escogidas “para que no se nos olvide”.
Junto con la pérdida de la identidad a manos de una nación extranjera hay otros grandes temores que necesitan sus rituales: la pérdida de identificación ideológica. Así, el 6 de diciembre, por ejemplo, el Estado se estructuró para consolidar uno de los textos más chapuceros de la historia moderna del país. Pero más allá de adentrarnos en sus contradictorias redacciones, la chapuza estriba fundamentalmente en su dificilísima posibilidad de modificación, fruto de un miedo mayúsculo a los devenires democráticos del futuro. De modo que, para consolidar ese ladrillazo inmóvil, sus inventores recurrieron a un elemento de propaganda básico: el día de la Constitución, como un refuerzo vitamínico, un complemento alimenticio para que no bajen las defensas.
El 12 de octubre es otro complemento vitamínico no caducable de un pueblo que sigue ligando su identidad a un continente que le queda mucho más lejos de lo que está dispuesto a aceptar. Miedo al fin y al cabo. Porque la nostalgia del imperio, no es más que miedo a ser más pequeño. (Este fenómeno es más evidente si cabe en Portugal, un país que se resiste a sentirse orgulloso de su riquísima identidad si no es de la mano del imperio perdido).
Expuesto lo anterior, el 23F es otro ejercicio de propaganda con un propósito diferente: el miedo a regímenes no democráticos. Porque, cuarenta años después de un golpe militar más chapucero que la Constitución, que ya es decir, ¿realmente la fecha merece conservarse en la historia como una sardina, como vienen haciendo los medios de comunicación y la actualidad política en cada efeméride desde entonces?
¿Por qué el 23F no es una efeméride yogur, caducable como tantas y tantas fechas, que simbolizan cosas muy serias, pero que han pasado a la historia sin que se les ponga un día en el calendario para rendir tributo y sentida reflexión?
El fenómeno es idéntico al 25 de abril portugués. Algo más romántico, pero similar, porque la pregunta es la misma ¿realmente temen las sociedades española y portuguesa retroceder a periodos anteriores, después de 40 años de gobiernos democráticos? ¿Cuántos decenios tienen que pasar de comicios electorales y de alternancias ideológicas para que dejemos de necesitar ese refuerzo vitamínico?
¿No le hacemos un flaco favor a la democracia desconfiando de ella hasta el punto de ponerla estos complementos propagandísticos? ¿El miedo no llama al miedo? No peco de ingenuidad, conozco de sobra la respuesta, el miedo, ése en concreto, gana muchas elecciones. Pero no por ello alguna lanza como ésta deba dejar de romperse en favor de la confianza en un sistema que va para el medio siglo de historia y que debe despojarse de estos refuerzos de educación infantil.
El dos de mayo me desconcierta profundamente. Fue del año 1808, este año hará 214 años. ¿Estaremos hasta el 2195 celebrando el 23F?