La última legislación relacionada con la tenencia de perros nos transporta a un debate algo más profundo. Una reflexión que va más allá de la caricatura de formarse para poseer un cánido y de la buena intención de evitar el maltrato animal, que existe, y cuyo combate es loable y necesario. 

No obstante, empeñada como está la cofradía progubernamental en demostrar que su derrota es la victoria de la Edad Media, reflexionemos sobre la opresión y asfixia a las libertades que perpetran estas legislaciones ideadas para prevenir, no para punir el delito, sino para evitarlo antes de que se haya cometido. [Para más abundancia recomiendo el visionado Minority Report, una ficción que recrea dónde nos puede llevar la prevención del crimen no ejecutado y todo lo que asumimos cuando adoptamos estas políticas.] 

En resumen, impedir un delito se puede conseguir antes, y después del delito. Se pueden regularizar, examinar, limitar las acciones ciudadanas ANTES, para evitar que el delito se cometa. Y se pueden castigar severamente DESPUÉS para persuadir a los futuros delincuentes en potencia. Parece una tontería recordarlo, pero nuestras sociedades se establecieron en la base del castigo del delito una vez cometido. El sistema jurídico, las leyes, se hacen para determinar la pena, una vez que se ha cometido el asesinato, el robo, el fraude, la agresión, etcétera. Normalmente, lo que distinguía a los sectores más conservadores de los más modernos era la dureza de las penas. Mientras que unos contemplaban, y contemplan, la escala de castigos como una herramienta para la reinserción, otros la perciben como una herramienta punitiva y de persuasión. Pero todos han estado siempre en el mismo marco: abordar el delito a posteriori.

Es común por ello también observar a la sociedad posicionarse sobre las penas y manifestar, por ejemplo, que se producirían menos robos si el castigo fuese mucho mayor. Unos ven el delincuente el fruto de unos condicionantes sociales necesitados de compresión penitenciaria, y otros abogan por castigarle severamente por el robo cometido. Esta dicotomía es antigua y copa de ejemplos el día a día. Otro tema candente sin ir más lejos es la violencia de género. Cuando el sector conservador aboga por aumentar las penas de la violencia doméstica está respondiendo a la misma lógica, el intento de limitar el delito a través de un severísimo castigo. Gusta el sector contrario acusarle de negar la violencia de género y hasta fomentarla, pero la realidad es que responde a una trayectoria muy clásica: castíguese más, ya verás como se delinque menos.

En cualquier caso ambas tendencias estás lejos de las legislaciones preventivas, que suponen un nuevo escalón: presumir al ciudadano culpable en potencia y forzarle a someterse a un sistema que modele su comportamiento. 

Pudiera parecer que la Edad Media se distingue por el primer debate, penas más duras o más leves: multar al ladrón, encarcelar al ladrón o cortarle una mano al ladrón. Pero los tiempos pasados se distinguen de los actuales por lo que habíamos ganado a la historia en presunción de inocencia. 

No hay nada más anticuado que las legislaciones preventivas. El toque de queda para evitar barrabasadas nocturnas, normativas de vestimenta para distinguir bien a los ciudadanos de cara a la autoridad, prohibición de lecturas para no inducir a rebeliones político-religiosas, limitación de propiedades para evitar rebeliones político-económicas, obligatoriedad de censos que vigilen tendencias sociales… no quiero terminar en las denuncias anónimas y las maldades vecinales que todos conocemos, desde la Edad Media hasta los ismos (comunismo-fascismo) del S.XX.

El espíritu de forjar a norma y fuego la conducta ciudadana es una tendencia antigua que aflora por desgracia sin que a nadie le genere alergia aparente. La lucha de las soiedades occidentales actuales consistió muy principalmente en este espíritu liberal de descorsetar al individuo de tanta normativa preventivo-correccional. 

No retrocedamos asumiendo con naturalidad normas -mayores y menores- que nos presuponen culpables en potencia. Si algo le ganamos a la historia fue la presunción de inocencia.

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