Muchos de los que consideran el 14 de abril una fecha remarcable en el calendario son hoy también los difusores de un lenguaje político -transformado ya en movimiento del S.XXI- que consiste en “excluir” a todos los no pertenecientes a la cofradía de los “inclusivos”.
Esta tiranía -y paradoja- dialéctica ha tenido mucho recorrido en realidad, cimentada en una fórmula muy básica y por ello muy exitosa: la simplificación emocional que convierte en amables e inclusivos a los afines, y en agresivos y excluyentes a los contrarios. Los frentes y las contradicciones de este movimiento son múltiples, la república es uno de ellos.
En realidad la república es uno de los temas contemporáneos más genuinamente ejemplificadores de esta parte de la sociedad incapaz de visualizar un país conjunto, incapaz históricamente de incluir a la otra mitad de la población en un marco común.
Pero sigamos la lógica de esta corriente “inclusiva”. La construcción de una república, que eligiera periódicamente un jefe del estado… debiera contemplar con naturalidad una alternancia de candidatos, de partidos y de corrientes. Contemplarla… y hasta fomentarla… para consolidar la desvinculación con otras fórmulas -sanguíneas- de acceso al poder. Parece una obviedad, pero tal cosa nunca ha sucedido en España.
Tampoco a partir del 14 de abril de 1931. Incluir al sector conservador ni fue, ni es, ni prioridad, ni meta, ni fin alguno del socialismo español en sus múltiples versiones.
Aquellos que trajeron la segunda república compartían lo esencial con los que se la llevaron: priorizar la construcción de su nueva sociedad según su ideología, no construir un marco común que les permitiera coexistir con otros. (“Si triunfamos en las elecciones […] continuaremos nuestro camino en defensa de nuestros ideales […] pero si triunfan las derechas no habrá remisión, tendremos que ir forzosamente a la guerra civil declarada”. Palabra de socialista español. 1934. Largo Caballero.)
Quizás estemos demasiado cerca en el tiempo para analizar los movimientos de la segunda mitad del S.XIX y primera mitad del XX, pero el fascismo y el socialismo no son hijos de una misma era por casualidad. El cientificismo social, la revolución industrial, y muchos factores de largo detalle, dibujan a una humanidad que se cree capaz de romper con fórmulas ancestrales de poder y de construir un “hombre nuevo”.
Ese hombre nuevo, socialista o fascista, era en aquella época demasiado novedoso, y demasiado incompatible con todo lo demás. El autoritarismo empleado en su ejecución sacude de ejemplos el planeta entero, de Rusia a Alemania, de China a América Latina, de Italia a África, de España a Portugal… de la II Guerra Mundial… a la Guerra Civil Española. Ninguno de esos movimientos pretendía calzar a la sociedad en su conjunto, sino más bien meterla en su zapato, estrecho y apretado, intentando moldear con ello el pie de la humanidad, como el de las geishas.
Tanta cercanía tenemos aún a esa era, tanto es así, que el lenguaje de ambas ideologías, absolutamente excluyentes entre sí, se sigue empleando hoy en día con inmensa frivolidad para referirse a un tablero político democrático… La democracia, un verdadero intento incluyente -EL mayor intento inclusivo de la humanidad- salpicado constantemente por dialécticas anteriores.
Reivindicar la república del 14 de abril no es reivindicar un marco común inclusivo, sino una ideología excluyente. ¿Por qué el 14 de abril y no el 11 de febrero (de 1873, fecha de la primera república) o cualquier otra efeméride histórica como el 5 de mayo (revolución francesa), etc..? Porque no se trata de reivindicar LA república sino ESA república, una república que trajo el socialismo y que nunca tuvo como objetivo otra cosa que esa agenda particular.
Hoy en día sus herederos siguen exactamente en el mismo punto en el que lo dejaron: meter a la sociedad en el mismo zapato, con el mismo calzador, sin un mísero guiño de construcción colectiva a la otra mitad del espectro político.
Y así, el socialismo español habla mucho de la guerra civil, pero niega el verdadero espíritu republicano tres veces, como San Pedro. Unos niegan el derecho de todos a ser jefe del estado por priorizar afectos emocionales (en su día a Juan Carlos el Campechano, ahora a Felipe el Preparado); otros lo niegan con tal de negar la posibilidad de que el oponente político alcance dicha jefatura (Aznar presidente jamás); y todos lo niegan relegando su promoción a su agenda social y económica particular (keynesiana o comunista). La construcción de un marco común republicano donde pudieran desarrollarse políticas no afines está lejos de ser la prioridad. Antes el enfrentamiento por la victoria de una parte que la construcción de un todo.
En su día, la inocencia de juventud me hizo acudir varios años a manifestaciones republicanas del 14 de abril. Pronto descubrí sin embargo que lo reivindicado allí no podía ser más agresivo y excluyente, en la forma y en el fondo. Persistí muchas convocatorias en el error, que yo creía acierto, bajo el convencimiento de que una verdadera opción inclusiva como la mía debía seguir representada en un foro que -entendía yo- reclamaba la elección periódica de un jefe de estado.
Pero tal no era lo reivindicado allí. Los valores de la república y el derecho de todos a representar a los demás en el cargo más alto, brillaban por su ausencia, atropellados por consignas bastante desviadas de ese fin. Consigas algunas hasta contrarias a la elección democrática de nada. Consignas de recreo. Consignas dedicadas a un enfrentamiento rabioso improductivo. Consignas que no buscaban el mínimo común múltiple sino el máximo común divisor… Me llevó largo tiempo asimilar la tristeza de tener que retirarme de ese foro, de ese monopolio.
Dejé de ir. Pero no de verlos. Sorprendentemente me los fui a encontrar años después inventándose un lenguaje que exigía la “inclusión” para cualquier iniciativa política.