¿Debe la sociedad participar en la elección de los jueces? ¿Y de ser así cómo hacerlo? Éste es el verdadero dilema y discusión de fondo que pudiera el país estar abordando en lugar de entretenerse en menores y más bélicos menesteres.


La actual iniciativa del gobierno de reformar la fórmula de elección del Consejo General del Poder Judicial es sólo un capítulo de un alargado problema en la política nacional. Pero, abordemos primero una reflexión previa: ¿debe la justicia elegirse a si misma o es lícito que la sociedad participe en la elección del órgano que rige el poder judicial? Es….¿más democrática? … una sociedad que elige a sus jueces o menos.

Tremendo dilema para el que seguro habrá sesudos desarrollos académicos, pero al que pudiéramos intentar acercarnos con tan sólo dos miradas históricas: la separación de poderes de Montesquieu y la elección de magistrados en el imperio romano.

Sin ahuyentar al lector, convengamos en que la separación de poderes derivada de la Revolución Francesa ha marcado nuestra era moderna. Se da por hecho que poder legislativo, ejecutivo y judicial deben ser independientes unos de otros, sin intervenciones… ¿Pero deben ser independientes de la sociedad?

Porque resulta una máxima contemporánea que el poder ejecutivo y el legislativo se eligen en las urnas cada cuatro años. ¿Pero cómo participa la sociedad en la elección del sistema judicial? ¿Debe hacerlo?

Y aquí pudiéramos recordar al complejo sistema judicial romano, del que derivan todas nuestras estructuras, y aquellos ciudadanos que impartían justicia en un colectivo, previamente electos por éste… Que la persona encargada de impartir justicia tenga una legitimidad que nace de sus «impartidos», ni es nuevo, ni es una aberración.

Normalmente estas tendencias de disparar a matar a los errores del sistema, sin pausa y sin piedad, suelen olvidar que alguien los creó por algún motivo. Y aunque la conclusión final sea la misma -que está equivocado- resulta útil y constructivo intentar comprender las razones que lo motivaron.

¿Es equivocado que los ciudadanos participen en la elección de sus jueces? ¿O simplemente es equivocado que esa participación se haga a través del «invento este» de la democracia representativa?

La justicia, que por algo es uno de los tres poderes, es una convención cultural e histórica de un momento puntual en una sociedad. Las leyes que valen en unas décadas o siglos, se modifican según esa sociedad quiere. Los criterios, las sensibilidades en la impartición de justicia son un reflejo de la sociedad. La justicia no es un ente abstracto, natural y puro… es una convención cultural. Tanto en su elaboración (de leyes en el legislativo) como en su ejecución (de impartición por el judicial). No se trata de elegir a los médicos, a un órgano de funcionarios, se trata de elegir a los representantes de la ciudadanía en la evaluación y castigo de las acciones de los ciudadanos.

¿Cómo conseguir que la ciudadanía esté representada en un órgano de cuya gestión jamás participa, al contrario de como hace en la elección del poder legislativo y ejecutivo? ¿Debe el poder judicial ser plenamente independiente o debe tener un «Consejo General» que represente de alguna manera a la ciudadanía?

La pregunta es compleja. Pero desde luego, parece una evidencia que la presencia de la ciudadanía a través de una democracia representativa, no directa, es un invento muy muy fracasado.


Una vez más, un tema nos aboca a los vicios y perversiones de la democracia representativa. Y una vez más desde aquí el más entristecido recuerdo y reprobación a todas las fuerzas de la sociedad siempre tan reticentes a inventar fórmulas de participación más directa.

La actitud actual del gobierno de retirar la mayoría de 2/3 en la elección del CGPJ es sólo un ejemplo más del caudillismo autoritario al que puede llegar la democracia representativa, en este caso disminuyendo la representación de la sociedad en el funcionamiento de su sistema de justicia. La hipocresía de saber que el actual gobierno se considera a si mismo defensor máximo de la democracia adquiere ya un cariz que ni mencionarse debiera… Señores del gobierno: o independencia absoluta o representación máxima. Ese es el verdadero dilema. Hagan ustedes el favor.

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